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domingo, 28 de junio de 2020

HELADO DE TURRON DE JIJONA

Hay cosas que se quedan pendientes de hacer y una las tiene en la cabeza y sabe que antes o después las tiene que acometer sí o sí. Son esas que aparecen en forma de molestas ideas recurrentes, que te ocupan entre todas varios gigas de espacio mental. Hasta que decides que ha llegado el momento.  A mi me ocurrió recientemente con la apasionante misión de descongelar mi arcón congelador, que tenía una capa de hielo del tamaño de un glaciar medianejo.  Aparte, no tenía ni idea de lo que había dentro. Tenía algunos tápers con un letrero reconocible (y una fecha de envasado que me sacaba los colores) Luego encontrabas un cúmulo de varios paquetes indeterminados, de ésos que guardas en un arranque de optimismo, pensando que dieciocho meses después te acordarás de lo que contienen. Por lo que a mí respecta, podía tener allí dentro a la expedición de Shackleton al completo. La cuestión es que aquello había que liberarlo ya. Cuando se lo comenté a mi santo, su primera observación fue la siguiente:
-No se puede (expresión que le sale por defecto cuando hay que hacer algo en casa) Lo TIENES lleno y se va a estropear todo.
-Querido, no lo TENGO lleno. Lo TENEMOS lleno de cosas que yo guiso y que nos comemos TODOS. Así que TENEMOS, tú y yo, que ocuparnos de esto. AHORA.
Quizás os parezca que soy muy dura, pero tengo comprobado que si no anuncio un lapso de tiempo concreto y lo más inmediato posible para lo que pretendo que se haga, ese tiempo es NUNCA. Así que fui sacando esas bolsas de rafia del Ikea que hacen tanto el avío para que las fuera llenando. Salieron cuatro. Palabra de honor.
-¿¿¿Y ahora qué hacemos con esto??? ¡Se va a estropear todo!
Aparezco con el secador.
-¡¡¡NOOOO!!! ¡En las instrucciones dice que NO se puede hacer eso! (las instrucciones se perdieron como hace cinco años, a todo esto)
Le doy una sesión de achicharre de diez minutos. Agarro un cuchillo sin punta.
-¡¡¡TE VAS A CARGAR EL REVESTIMIENTO!!! ¡Por lo menos, coge esa rasqueta de plástico blanco que hay en la cocina!
-Eso no es una rasqueta, es la cuchara para remover la olla GM.
-Que, no, que es una rasqueta.
Sube a por la rasqueta, a pesar de todas las evidencias de que no rascaba ná.
-Esto no rasca.
-No rasca porque ES una cuchara, Prueba con esto.
-¡¡¡NO!!! ¡QUE...!
Clonk. Clonk. Placas de hielo abajo, en un plis plás.
-Por favor, tráeme un cubo de agua...
-¡Se va a poner todo hecho un asco!
-Y el cubo de la fregona, la fregona y dos o tres paños. Limpios, a ser posible.
Total. El proceso duró media hora escasa, sin ningún tipo de daño colateral  Pero si le sigo haciendo caso a lo que dice mi santo, la montaña de hielo nos llega a la segunda planta. Moraleja: la técnica de los hechos consumados da unos resultados excelentes. Tan es así, que me vine arriba y lo siguiente fue pedir que cambiase los grifos del patio y de la manguera de delante, que estaban hechos un asco y uno incluso había que abrirlo, cuando quería regar, con una llave inglesa, porque la maneta se le había partido hace años. Esta vez sólo dije que había esperado todo ese tiempo a que los cambiase, y que si no lo hacía en el improrrogable plazo de una semana, llamaría a un manitas cuyo teléfono me habían pasado. 
Ahí detrás lo tengo, cambiando el primer grifo. 
He descubierto que, por alguna razón curiosa, a los maridos lo que más les toca la moral en el mundo es que contrates a alguien para hacer lo que en teoría pueden hacer ellos. Y pienso explotar esta baza a conciencia. Diréis que porqué no aprendo a hacerlo yo. Pues porque no me da la gana, que bastantes cosas hago ya. Si aprendo bricolaje, estoy perdida. También sería para mí.
En lo que a la receta respecta, lo de hacer el helado se me ocurrió cuando el otro día me encontré por mi alacena una tableta de turrón que no recordaba haber puesto ahí. No me sorprendió mucho, porque en mi casa las cosas suelen cobrar vida propia, sobre todo cuando mi hijo el emancipado, que está más aquí que allí, ha venido. Puedo dar por hecho que, si necesito el cargador de mi móvil, o el del portátil, o unas tijeras, o cualquier otra cosa de uso diario, la habrá cogido y la habrá puesto por cualquier ignorado lugar. Interpelado al respecto por una madre muuuuy cabreada, sólo sabrá contestar un "yo que séééé, maaaaama". Así que lo del turrón no me pilló de sorpresa. Huy, mira, una tableta de turrón. Como si me encuentro un jamón de pata negra, aunque esto último, mira tú, no ha sucedido nunca. La cuestión es que mi hijo me explicó que la había traído él. Que se la había dado un compañero que había estado rodando unos meses por el mundo, que se había llevado el turrón para no sentir mucha nostalgía por Navidad y que, como la nostalgia no habia hecho acto de presencia, se trajo el turrón de vuelta. Le dio la tableta a mi hijo y éste me la trajo a mí. Así que la pobretica ha dado más vueltas que el baúl de doña Concha Piquer, y decidí que ya era hora de hacer con ella algo de provecho. Y ha terminado sus días en forma de maravilla gastronómica que recomiendo encarecidamente probar.
Ingredientes:
-500 ml. de leche entera.
-Un palo de canela y una corteza de limón, sin nada de parte blanca.
-Un brick pequeño de nata.
-50 gramos de miel.
-Una tableta de turrón de Jijona, más otra media.
-3 yemas de huevo.
Lo primero que hacemos es infusionar la leche con la canela y la corteza de limón, colar y dejarla enfriar. Cuando ya está fría, en un cazo vamos fundiendo a fuego lento la tableta de turrón con la miel, la leche y la nata. Vamos añadiendo las yemas de huevo una a una y batimos hasta integrar. Cuando la crema está homogénea, rompemos la otra media tableta de turrón en trocitos y se la vamos añadiendo, que se noten los trozos, y la metemos a la nevera hasta el día siguiente. El siguiente paso es meter la crema dentro del congelador durante cuatro horas y, una vez dentro, la vamos a sacar cada 45 minutos para darle un golpe de batidora o Thermomix, tras lo cual la volvemos a guardar, esto es para romper los cristales de hielo y que quede muy cremoso.
Una vez pasadas las cuatro horas, ya se puede consumir, si tienes cierto sentido de la medida, o ponerte como el tenazas, si no lo tienes. Porque esto está mortal de necesidad. Yo lo he servido con unas pasas de moscatel, que le va perfecto y hace bonito. También lo he servido sin nada. Y, por supuesto, lo he trincado directamente del táper, con la cuchara, en plan guarretas. Que es como está más bueno, para qué nos vamos a engañar.

Con una cucharada de esto has cubierto las necesidades calóricas de una semana.... pero merece la pena. Doy fe. Así que a disfrutar.
Feliz semana a todos...

domingo, 14 de junio de 2020

ALCACHOFAS CONFITADAS

Está muy feo y hace muy cenizo que diga esto, pero lo digo. Odio la nueva normalidad. No me apetece para nada meterme en la playa, ni dentro de un bar, ni irme de fiesta. Desde el confitamiento, mi tendencia natural a evitar las aglomeraciones de (ganado) género humano no ha hecho más que aumentar. Hay muy poquitos congéneres a los que realmente eche de menos. Como he leído mucho durante la cuarentena, me he puesto al día de las modas en temas de desarrollo personal, que también las hay. Muchas de las más recurrentes nos las han traído los japoneses: la del orden, de la mano de la replicante Marie Kondo (sigo dudando de que sea humana), el ikigai, el shinrin-yoku y la de comer lo que aquí llamamos castizamente del siguiente modo:
-¿Te vienes el sábado a comer chuchi?
- Vale. Pero sin guasabi. Y yo me llevo una tortilla papas, que a mi Paco el chuchi le sienta como un tiro. (la conversación es real)
Respecto a lo del ikigai, para quien no lo sepa, aclaro que es así como llaman a tener un proyecto o propósito vital, algo que al parecer contribuye mucho a mantener una vida larga y saludable y que no es tan fácil de determinar. Aunque yo sí sé cuál es mi ikigai: es no volver a pegar ni golpe el resto de mi vida. Lamentablemente, no me es posible dedicarme a ello, por una serie de razones de orden práctico. Mecachis...
En lo tocante al shinrin-yoku, o "baño de bosque", trata de tirarse debajo de un árbol, de toda la vida, pero que ahora se han enterado ellos que es buenísimo para la salud física y mental. Estas criaturas, como veis, son un poco tardas en descubrir las cosas que hacen que vivir merezca la pena, pero desde luego tienen la virtud de ponerlo de moda. Todo lo que viene de Japón tiene un halo espiritual y cool que difícilmente puede alcanzar nuestro familiar y antiquisimo concepto mediterráneo de tumbarse a la bartola a la sombrita. La otra tarde estaba yo pensando que tengo un monte estupendo enfrente de mi casa y que desde que vivo aquí, habré subido cuatro veces. Me dio un antojo de shirin-yoku bastante apremiante, y me decidí a salir de casa en compañía de mi santo y del Curro, que era su hora del paseo. En vez de "baño de bosque", lo podíamos dejar más modestamente en "baño de matojo seco", pero para apañarse servía. Lo primero que descubrí es que ya había bastantes paseantes, con y sin perro, con y sin niños, disfrutando de la versión malaguita del concepto; vaya por Dios. Porque ya estaba ocupada la piedra que me gusta a mí, que es planita, cómoda y tiene una buena copa de árbol encima. Así que seguimos subiendo. Hay una vista de la ciudad muy bonita, que merece la pena. Pero el monte es lo que tiene, que va en cuesta. Si me sentaba ahí, me iba chorrando para abajo, lo cual difuminaba no poco el placer de las vistas y resultaba más bien molesto. Total, que sigues subiendo y te sigues resbalando con las piedras sueltas, problema que no parecían sufrir ni el Curro, ni mi santo (aunque él porque es de campo) Una, que es urbanita por la gracia de Dios, no ha nacido para estos menesteres y, de hecho, en los primeros días que aparecí por la casa del pueblo de mis suegros, lo primero que hice fue caerme rodando por un balate en cuanto puse un pie fuera del camino. Tengo un recuerdo difuso de mí misma dando vueltas de campana, con mi plumas y mis pantalones de pana rosa, a modo de merengue descomunal y rodante. Dice mucho en favor de mi suegra que consiguiera no reírse. porque el entonces aspirante a santo sí que lo hizo, vaya que sí. Pero el día éste del monte, al fin encontré un árbol a mi gusto y me senté debajo. Y se estaba muy muy bien. Cantaban los pajaritos, se mecían las ramas con el viento, y no tenías ni puñeteras ganas de moverte de allí. Pues van a llevar razón los japoneses. Yo no me quería ir. Y cuando al final, a regañadientes, empecé a levantarme, descubrí que es que no podía. Porque me había quedado pegada al arbolito. La resina, el primer Supergen fabricado por la naturaleza, había hecho de las suyas. Y no es que mi santo, siempre práctico, no me hubiera avisado. Así que me levanté rezongando, la bucólica atmósfera de pronto desvanecida. Su puñetera madre. ¿Quién me manda a mí irme a comulgar con la naturaleza, con lo cochina que es, habiendo sofás de Ikea en el mundo? Anda y que le vayan dando al chinrinllocu. Me vienen a la mente unos muy diferentes recuerdos de infancia, cuando (todavía) íbamos al campo los domingos, hasta que mamá, que era más de playa, consiguió imponer su criterio.
-Joaquín, ¿y ahí en ese secarral al filo de la carretera quieres tú que nos sentemos? Ya podías haberte metido un poco más con el coche. Que eres roñica hasta para conducir.
-Pero, hijita, si aquí se está muy bien... tenemos sombra.
-Lo que tenemos es un hormiguero como un demonio. ¡Ahí se va a sentar tu abuela la pelá!
A mí me daba igual. Me gustaban las hormigas, el calor y las hierbas chuchurrías. Me gustaba la tortilla de patata con tierra y me gustaba todo en general. Como suele ocurrir cuando eres pequeño. Luego vas creciendo y te vas volviendo tonto y te gustan cada vez menos cosas. Luego volvía a casa, quemada y aturdida por el sol, haciendo burla a los coches de atrás. Y siempre, cada vez, era el día más feliz de mi vida.
De todos modos, la naturaleza me sigue gustando bastante, aunque manche. Pero una ya va teniendo edad de llevarse una sillita plegable para estos menesteres...
La receta de hoy entra en la categoría "comerse el paisaje", como llaman a la ingesta de verduras los poco amantes de ellas. Aunque éstas es de las que hacen cambiar de opinión sobre este particular. Las alcachofas para mí, eran en mi período A.C. (Antes de saber Cocinar) una cosa coriácea, más parecida a una valla de espino que a algo mínimamente digerible, y que sólo comían las madres, que eran las que estaban a dieta, y las únicas que sabían convertir aquello en algo que se pone en un plato. No era el caso de mami. Yo creo que ella pensaba que las latas de corazón de alcachofa crecían en algún árbol, así que yo aprendí a prepararlas siendo ya bien talludita. Y ahora me encantan. Forma parte del hecho de hacerte mayor: llegar a esa edad en que te gusten las alcachofas, el brócoli y las canciones de Sergio y Estíbaliz. Quién me lo iba a decir.
Ingredientes:
-10 o 12 alcachofas.
-Agua con un buen chorro de limón
-Un litro de aceite (luego se puede utilizar para otros guisos)
-Dos o tres ramas de perejil.
-Dientes de ajo al gusto.
-Una hoja de laurel
-Sal y pimienta en grano.
Se limpian las alcachofas, quitando las hojas duras, cortando las puntas y vaciando las pelusillas. Los tallos se pelan y se usan también. Se van poniendo en un bol con el agua y limón, para que no se pongan negras.
En una cacerola se echa el aceite, las alcachofas escurridas y los demás ingredientes, y se pone en un fuego lo más lento posible, al mínimo. No debe llegar a hervir en ningún momento. Y se tienen así 2-3 horas. Yo lo hice en mi superolla de cocción lenta (parte de mis trescientos mil cachivaches culinarios; pero éste lo uso) que es única para confitar.
La textura que se logra es increíble, se deshacen literalmente en la boca y están maravillooooosas... de zamparte una barra de pan entera con el aceite, que le suele quedar lo suyo, aunque lo escurras.

Cuidémonos mucho, porque no, no volvemos a un mundo mejor. Volvemos a un mundo igual de absurdo y de inconsciente, en el que tenemos que encontrar un huequecito donde estar medio cómodos. Ya es más que suficiente.
Feliz semana a todos...

domingo, 31 de mayo de 2020

PAN DE CALABAZA

La semana transcurrida se ha saldado con la irreversible parada cardiorrespiratoria de mi nevera. Tenía ya quince años y muchísimo trote, y se nos fue dejando tras de sí una catástrofe de alimentos inservibles que intenté rescatar con desesperación, embutiendo mi ya abarrotado arcón congelador hasta el límite de lo imposible. Eso teniendo en cuenta que desde el pasado verano estamos diciendo de descongelarlo, tarea complicada debido a mi absoluta aversión al vacío alimenticio. De manera que, como es antigüillo, no es No Frost. De hecho, el modelo tira más a Frost a Tutiplén, tanto que alberga en su interior una réplica a escala del glaciar Perito Moreno. Ante la muerte de la nevera, inmensa, de las americanas, donde podía meterme dentro a meditar en verano, mi marido, que me conoce metida en un saco, me suplicó por Dios y por todos los santos que no se me ocurriera comprar una igual, sino un combi normalito, que somos una familia de tres personas con un invitado ocasional añadido, y no un campamento de verano para preadolescentes famélicos. Eso sí, lo que terminó de convencerme fue el pensamiento de que el invitado ocasional, mi hijo el emancipado, no podría guardar en ella sus bolsas de cebos para la pesca. No me lo tengas en cuenta, cariño. Porque no pocas veces, al abrir la nevera con la inocente intención de preparar la cena, me he encontrado de frente con un táper inmenso (siempre me cogía de los mejores, naturalmente) al través de cuyas paredes me miraban unas apestosas sardinas de ojos vidriosos destinadas a carnaza, que ya hacía días que no veían el mar. O, todavía peor, un recipiente de lombrices. ¡Lombrices! Y por ahí, amigos, sí que no pasaba.
-Niño, ¡¡¡SACAME ESA ASQUEROSIDAD INMEDIATAMENTE DE LA NEVERA!!!
-Mamaaaaa, tranquila. Mañana me las llevo. Si no hacen nada.
-¿¿¿Me estás diciendo que esas COSAS están VIVAS???
-Pues claro. Si no, no valen. Los peces tienen que ver que se mueven y.....
-¡Que no me des detalles! ¿Y si se escapan y me invaden la nevera? ¡¡¡No quiero ni pensarlo!!!
-Que noooo. Si están aletargadas por el frío. Que se portan muy bien. De verdad. ¿Quieres ver una? Son una monada.
-¡¡¡¡¡¡NOOOOO!!!!!! Y como mañana las vea por aquí, se las tiro a las macetas. Avisado quedas.
-Joooooo, cómo te pones por unos gusanarrios de ná. Que síííí, que me las llevo...
En fin. A lo que iba. Me fui despavorida a la página de El Corte Inglés. Y estaba colapsada. ¿Qué nos ha pasado a todos con los electrodomésticos? Así que al día siguiente me planté in situ, obsesionada ante la idea de pillar una salmonella galopante. Sólo estaba operativa la sección de electrodomésticos pequeños, pero ante mi desesperación, rayana en la demencia, con mucha amabilidad me hicieron ellos la gestión en la página. Que, por cierto, funcionaba perfectamente. Iba a tener la nueva en dos días. Casi les beso los pies, con lo cual dejé un recuerdo imborrable (y justificado) de clienta coronahistérica, amén de cazurra tecnológica. 
La nevera nueva llegó a su debido tiempo. Cuando los transportistas vieron la vieja, para retirar, la mirada que se dirigieron mutuamente era un poema, ante la tesitura de tener que llevarse a pulso aquel sarcófago de tres cuerpos. En su favor hay que decir que lo lograron sin llevarse de cuajo una esquina de la puerta de la calle, y sin soltar más que un sobrio "oú, vieo", por todo comentario. Cuando se fueron, me puse en la cocina, enfrente del frigo nuevecito. Precioso, flamante, y....
-¿Qué te parece?
-.....Pequeño.....
A ver, y no es pequeño. De hecho, cabe bastante más de lo que parece (soy experta en colocar cosas en el menor espacio posible, a modo de Tetris), pero comparado con el otro, pues me pareció al principio una soberana birria. Luego he visto que es cuestión de cambiar de chip y de escalas: menos compra, menos almacenamiento. Ahora estoy encantada. Sobre todo, para prevenir situaciones futuras, porque cuando tuvimos que estar comiendo de lo que salió del congelador, estaba hasta el unicornio de que el táper sorpresa fuera siempre de lentejas. Quillo, qué hartura de lentejas. He tenido hasta pesadillas. Creo que todavía quedan algunos recipientes de ellas: parece mentira lo que da de sí un paquete de un kilo. He hecho potaje de lentejas, curry de lentejas, hamburguesas de lentejas. He hecho todo lo que se puede hacer en el mundo con lentejas guisadas. Así que le prometí al resto de los damnificados de la casa que no cocino nada más hasta que se acabe todo lo del arcón de abajo y podamos derretir la representación a escala del Perito Moreno. No sé si podré aguantar tanto: la cocina es para mí una auténtica adicción. Luego saqué al azar otras cosas para consumir. Salieron una coliflor congelada, (para tortilla), croquetas (oleeee) y una bolsa de medio kilo de calabaza congelada. Y en vez de hacer otra cosa, se me ocurrió lo del pan. Esta es una receta que saqué, con adaptaciones, de  la página Hogarmanía, de San Karlos Arguñano, que tanto ha hecho por la cocina de este país, y sale un pan muy tierno y jugoso, ligerísimamente dulce pero que se puede tomar con todo.
Ingredientes:
-500 gramos de calabaza pelada y troceada.
-Una cucharada sopera de miel.
-Una cucharada sopera de sal.
-Una cucharadita de levadura seca de panadería o 15 gramos de la fresca.
-500 gramos de harina de fuerza (yo puse integral)
- Huevo batido y un puñado de pipas de calabaza, para decorar.
Ponemos a cocer la calabaza en una cazuela 15-20 minutos, hasta que queda tierna. Escurrimos y reservamos. Guardamos el agua de cocción. Dejamos entibiar.
Trituramos la calabaza con la batidora o Thermomix. Ponemos todos los ingredientes en un bol, disolviendo la levadura en un culín del agua de cocción, que no debe estar demasiado caliente, y amasamos bien durante unos diez minutos, añadiendo el agua de cocción de la calabaza a poquitos, hasta que nos quede una masa de consistencia manejable. O bien ponemos todo a amasar en la Thermomix, mezclando primero todo a velocidad máxima unos segundos, y poniendo luego posición vaso cerrado, vel. espiga, cinco minutos. Es considerablemente menos pringoso, también menos artesanal. Yo elijo uno u otro método según me dé el día. Dejamos la masa en el bol, o en el vaso de la Thermomix, y la dejamos levar una hora y media. Eso dice la receta original. Yo la dejo levar en frío, dentro de la nevera, toda la noche, y obtengo un resultado mucho mejor de sabor y textura. Ya depende de la paciencia o impaciencia de cada uno. Una vez levado, aplastamos la masa y le damos forma de bola, la ponemos en una bandeja forrada de papel de horno y la dejamos subir de nuevo una hora más. Mientras, dejamos precalentando el horno a 220º. Después pintamos la masa con un poco de huevo batido, esparcimos por encima las pipas de calabaza y para adentro del horno unos 40 minutos. A los 25-30 minutos vemos si está ya bastante dorado, si es así le ponemos una hoja de papel de aluminio por encima y dejamos el resto del tiempo.
Sacamos y dejamos enfriar sobre rejilla. Véase foto. Las nueces no guardan ninguna relación; pasaban por allí, pero hace mono.


Y aquí estoy, en fase de desintoxicación culinaria transitoria, casi absoluta. Hola, me llamo Cuchara Perversa y soy cocinoréxica. Me tienen bajo control domiciliario estricto. Ya os contaré si resisto o si me levanto por las noches para poner pucheros clandestinos. No quiero ni pensarlo.
Feliz semana a todos...

domingo, 17 de mayo de 2020

CONCENTRADO DE CALDO DE CARNE

Ya se le empieza a ver la luz al confinamiento, mañana estrenamos nuestra flamante fase 1, y sufro una mezcla de sentimientos encontrados. Por un lado, soy feliz de poder salir a la calle para asaltar a gusto las librerías de mi ciudad (tarea que, lamentablemente, puedo finalizar en un par de horas, y contando con que las esculque hasta el altillo. Málaga, ciudad bravía.... etc.) Y no tener esa sensación de clandestinidad y muy judeocristiana culpa cada vez que salgo a la calle a por un kilo de boquerones. Por otro lado, el ajetreo diario empieza a reiniciar sus engranajes, y hay que dejar atrás esos días sin llamadas, sin obligaciones, dedicados a lo hobbies, a la lectura y a no pegar ni chapa. Me apetece volver lo mismo que clavarme un tenedor en un ojo, y ustedes disimulen la imagen. Por si fuera poco, está el lío de lo que puedes hacer y lo que no, que no es poca cosa  Si voy a visitar a un familiar o reunir hasta 10 personas en mi casa, ¿tiene que ser de 6 a 10 y de 8 a 11? ¿En el radio de un kilómetro? ¿Salir a partir de las 10 se considera jurídicamente paseo, si voy a comprarme un pantalón? ¿Puedo bajar al mercado a hacer la compra, o tiene que ser en la tienda de mi barrio?  Se han establecido a la fecha hasta 209 normas, pero al parecer no han sido suficientes para dejarnos las cosas claras, y sí para que, si no nos multan por una cosa, nos puedan multar por otra. Sin embargo, la obligatoriedad de llevar mascarilla brilla por su ausencia, y para algunas personas el distanciamiento social parece significar que en vez de tirarte su compra encima en la cola del supermercado, previo empujón cuerpo a cuerpo, te empotran el carrito por detrás, para hacerte saber con sutileza que estás tardando mucho y que a ver si despejas. Debo admitirlo, estoy atravesando una época de tomarle mucho asco a mis semejantes. ¿Y si patentáramos el chaleco electrificado de 12 voltios con sensor de distancia? Tampoco es de despreciar el truco infalible de mi cernícalo menor, que no tiene un mínimo sentido de la vergüenza: en cuanto ve que el personal se empieza a aproximar más de la cuenta, saca del pecho unas toses desgarradoras con ruidoso broncoespasmo incluido, estilo Dama de las Camelias en la escena final (aunque ni con la mejor voluntad se confundiría a mi asilvestrado vástago con Margarita Gautier) Mano de santo, mire usted.  No le queda nadie a cinco metros a la redonda. Yo aún no lo he puesto en práctica, pero contad con que lo haré. Reconozco que soy muy poco mediterránea con eso del espacio personal, como con muchas otras cosas: lo necesito bien grandecito, y que corra el aire. Me acuerdo de, cuando en el colegio, nos ponían a formar fila para entrar a clase, y cada una tenía que extender los brazos y posar las manos en los hombros de la que tenía delante, y esa era la distancia adecuada. En cuanto la monja se retiraba, empezaba la "rebuína": cuarenta prepúberes a medio civilizar achuchándose unas a otras a ver quién entraba antes; normalmente la más brutorra y corpulenta era la "colona".  Ante la turbamulta, la monja corría a poner orden, dando palmadas cual si espantara gallinas:
-¡A VER!  ¿¿¿SOMOS ANIMALITOS O QUÉ??? ¿¿¿ESTO ES UNA CLASE DE NIÑAS O UN REBAÑO DE ELEFANTAS??? (ya nos iba subiendo de nivel) ¡¡¡A CLASE!!! ¡¡¡Y A LA QUE VEA EMPUJANDO LA TENGO LUEGO UNA HORA HACIENDO DICTADOS!!!
Y todas las cuarenta mostrencas agachábamos el moño e íbamos entrando mansas como borreguitas. Madre Encarnación medía un metro y medio, era los más chico que despachaban en monjas; pero tenía una autoridad natural envidiable. Qué líder de masas ha perdido el mundo. Daría cualquier cosa por contratarla como monja de compañía en las colas.
La receta de hoy no es cuqui, ni bonita, ni apetecible, ni siquiera un poco pecaminosa. Pues vamos bien. A cambio de tanta sosez, es eminentemente práctica y excelente como condimento. Se pueden utilizar los restillos que van quedando de verdura durante la semana, que se aprovechan así estupendamente, y sabemos lo que le estamos poniendo a nuestros guisos. Porque a mí me parece que en las fábricas de los cubitos meten el bicho entero, desde los cuernos hasta la punta del rabo, y le dan a la manivela. Y si se pone una a pensarlo, pues, la verdad, da cosita.
Ingredientes:
-300 gramos de carne de cerdo o ternera, magra y limpia.
-600 gramos de verduras variadas. Recomiendo que entre ellas haya zanahoria, apio y tomate, que dan mucho aroma.
-Aceite de oliva.
-300 gramos de sal gorda.
-Un puñado de perejil.
-Medio vaso de vino blanco.
Se trocea menuda la carne y las verduras. Se pone un chorrito de aceite en una cacerola y ponemos la carne a morear. Añadimos las verduras y le damos unas vueltas. Echamos el vino y dejamos evaporar, ponemos la sal gorda, mezclamos bien con una cuchara y bajamos el fuego. Lo dejamos un par de horas al mínimo, removiendo de vez en cuando. En la Thermomix el tema se simplifica mucho, porque picamos todo en ella, añadimos todos los ingredientes, ponemos en velocidad cuchara, temperatura Varoma, 40 minutos, y luego se tritura 10 segundos a velocidad alta.
Lo ponemos en un tarro y nos puede durar en la nevera tres o cuatro meses, con la sal no se va a estropear. Hay quien lo mete en el congelador, porque no se endurece, y lo va usando a cucharadas. Yo uso una cucharada grande como medida de un cubito de los tradicionales, y me está quedando perfecto en todos los guisos.



Portaos bien, hermanos, y usad las medidas correspondientes, que os quiero ver a todos sanos y salvos cuando salgamos de ésta. Mientras tanto, a pasarlo lo mejor posible. La vida sigue su curso, la primavera no entiende de encierros y todo está precioso. Así que disfrutemos de todo ello, aunque sea en las franjas horarias correspondientes y enmascarados hasta las cejas. Qué remedio.
Feliz semana a todos.

domingo, 3 de mayo de 2020

CRACKERS DE LINO Y OTRAS SEMILLAS

Igual que antiguamente con el luto, ahora estamos en la fase de alivio. En esa fase en que la gente ya se podía vestir de malva, de gris o blanco y negro, porque ya el difunto no estaba tan fresco, o bien en la que nos dejan salir sin coartada (pero poco). En esta nueva fase de desconfitamiento, y lo escribo bien, nos dejan salir un poquito a hacer deporte, para que no se nos salte la hiel y para que podamos ir soltando algo del lorzamen abdominal acumulado. Ayer estrené el nuevo nivel de desestabulamiento progresivo y pude comprobar que salir a la calle cuando nadie más lo hace está muy bien, aunque esté feo que lo diga.  Pero que cuando sale todo el mundo, nos miramos con mucho asco y nos odiamos profundamente unos a otros. En mi ingenuidad, salí sin mascarilla por aquello de que no hacía falta por la distancia social; en seguida lamenté mi error. Pasé por una calle que no he visto más concurrida  en los días de mi vida, y, definitivamente, es un hecho que para mucha gente la distancia social es algo así como un concepto metafísico inaprehensible. Ni una verbena de agosto. Por Dios, que corra el aire. Para amenizarte más, si cabe, la salida, se ofrecía una cacerolada ensordecedora en directo por sobre tu cabeza, inmediatamente después de haber pasado por otra calle donde algún descerebrado ponía reggaeton a toda pastilla. Hoy me llevaré mi burkamascarilla importada de Suiza. Es cómoda y fresca, no creáis, además de efectiva, porque los suizos hacen las cosas a conciencia, pero cuando la despliegas y te echas el toldo abajo, estás como Hannibal Lecter con el bozal. La experiencia me retrotrae a tiempos de la infancia. ¿Os acordáis de los verduguitos que nos ponían en invierno? A los más jóvenes esto no os sonará, claro. Porque dicha prenda se abolió en la Convención de los Derechos del Niño de 1989. O debió hacerse, en todo caso. Era un gorro de lana que te cubría hasta el cuello, con un agujero, o medio, (tipo pasamontañas) para que sacaras el careto por ahí. Los de medio agujero sólo te permitían los ojos libres, para que vieras por dónde ibas y no te dejaras los dientes en una farola. Aquello agobiaba una barbaridad, y como hicieras por bajártelo, allí tenías a mami subiéndotelo hasta las orejas.
-¡Niña, que hace mucho aire y vas a coger una pulmonía!
-¡¡¡BBBMMMJJJJFFFFF!!!
-¿¿¿Quééé´??? ¿Qué estás farfullando por ahí? ¡Que llegamos tarde!
-¡¡MAMAAAAA!! ¡¡¡ QUE ME PICAAAA!!!
-Pues si te pica, te rascas. ¡Y ya te he dicho que no te lo bajes! ¡¡¡So lechuga!!!
"Lechuga" era el taco más gordo que se permitía doña Pepa: todas las barbaridades que salían por su boca, y no eran pocas, las decía por lo fino. La cuestión es que, llegado al punto del "lechuga", como me volviera a intentar bajar el verdugo del demonio, me ganaba un buen pellizco y alguna colleja de propina, de esas que te daban en los setenta, antes de que se derogase ese artículo del Código Civil que autorizaba a los padres a "corregir razonable y moderadamente a sus hijos", (sic) y que entonces se aplicaba con liberalidad. Luego nos soltaban en la entrada del colegio y todo se llenaba de niñas sudorosas y congestionadas, al borde del hamacuco, metiendo el chisme en la cartera entre suspiros de alivio, mientras la monja de la puerta decia con su acento de Valladolid:
-Anda, y que no sois teatreras. ¡Que es por vuestro bien!
Porque existía entonces un verdadero terror a los aires fríos que te entraban por la boca, a eso y a los pies mojados, que por ahí se cogían todos los males. A pesar de todo, la malvada doña Pepa no ahorraba guasas con los dichosos gorritos. Siempre que fueran ajenos, por supuesto.
-Hola, hola- iba saludando a las otras madres- Hay que ver, nena, llevar a esas niñas tan feítas con el verdugo. Míralas, que parecen dos murcielaguillos, que sólo se les ven esos ojos saltones que tienen.
-Mamá, pues a mí también me lo haces llevar.
-Sí, pero tú eres muy bonita y muy preciosa, vas a comparar. (aclaro que esas cosas las decía más para jalearse a sí misma por su obra, que para piropearme a mí, que por otra parte era de lo más normalita)  Anda, sí, tápales la boca, (en referencia a la madre de los murciélagos) vayan a comer de más y dejen de estar esmirriás.... mal toro te coja, a ver si les das menos verdugo y más bocadillos de foagrás.
-¡Mamá!
-¿Qué? Será que es mentira. Anda, nena. Vete para adentro y que yo no te vea a la salida con el gorro fuera, que hace mucho frío.
En fin... vamos con la receta.
 Estos crackers salen muy crujientes y ricos, tienen un montón de fibra y como pecado, sale bastante venial. Además son facilísimos de hacer.
Ingredientes:
-Una taza de lino dorado
-100 gramos de harina integral. También se puede poner otra harina, o salvado de avena.
-Media taza de agua
-Media cucharadita de sal
-Media taza (o al gusto) de sésamo, pipas de girasol, calabaza, semillas de amapola...
-Opcional: Ajo o cebolla en polvo, orégano, tomillo, queso rallado...
Precalentamos el horno a 180º. Trituramos las semillas de lino en Thermomix o batidora. Mezclamos todos los ingredientes. Ponemos una hoja de papel de horno, la masa encima bien extendida, y encima otra hoja de papel de horno. Con el rodillo estiramos y formamos una lámina como de medio centímetro máximo. Quitamos la hoja de encima y cortamos los crackers de la forma que queramos. Al horno unos 15-20 minutos, hasta que veamos que están dorados y crujientes. Sacamos y dejamos enfriar sobre rejilla.

Y a seguirse cuidando, más que nunca. Que nos tenemos que ver pronto, aunque sea más o menos embozados y más o menos redondeados, pero sanos al menos.
Feliz semana a todos...

domingo, 19 de abril de 2020

LECHE FRITA

Haciendo todo ese tipo de cosas que en la Vida Normal nunca me daba tiempo de hacer, he encontrado una caja enorme con recortes de revistas para hacer álbumes Algún Día. El día ha llegado y la gran mayoría de los recortes son de recetas. A su vez, la gran mayoría de las recetas son de postres, y me pregunto por qué tendré tal fijación con ellos, teniendo en cuenta que tampoco los hago con tanta frecuencia, y que cuando los hago normalmente sólo pruebo un poco. Bueno, algo. Hay que reconocer que, como ahora tengo la pensión al completo, alguno sí que he hecho. Entre ellos,  leche frita. Un pecado mortal exquisito que hacía tiempo que no preparaba. En mi mente, la leche frita tiene un significado especial. Recuerdo que algunos días, cuando al volver del colegio lanzaba mi acostumbrado y pesadísimo "mamá, ¿qué hay de comer?", recibía la siguiente escueta respuesta:
-Leche frita.
-¿Para comer? Bueno, será de postre, ¿no? ¡Qué bien!
Eso fue sólo la primera ve que lo dijo, claro. Porque doña Pepa tenía una cara que indicaba que, de bien, nada. Que tenía el rabo torcido desde por la mañana, por el motivo que fuera. Y que me decía "leche frita" por no decirme una ordinariez mayor. Y que no tenía ni idea, ni le importaba un cuerno, lo que íbamos a comer. Que, en esas circunstancias, solía ser patatas, huevo y pimientos.  Y, oye, tampoco estaba mal. A partir de ese día, si se me indicaba de nuevo que había leche frita, de la metafórica, para el almuerzo, servidora soltaba la cartera y se ponía a pelar papas sin decir ni mu. Pero había veces que sí que había leche frita de verdad, cuando el barómetro del volátil temperamento de mami marcaba "despejado, soleado". Así que, quizá, tengo asociados los postres a la bonanza y al buen humor, de un modo ciertamente perverso. Intento, de todos modos, probar cantidades homeopáticas. Pero es que el encierro es lo que tiene. Si esto se prolonga mucho, voy a salir de aquí como una Venus, aunque paleolítica. El hecho de que la última sesión de peluquería sea un lejano recuerdo también contribuye a ello. Me estoy convirtiendo en el ideal de belleza del hombre del magdaleniense. De momento, en la época actual, salgo a la compra, cuando es preciso, prudentemente velada por mi mascarilla casera, esa que me salió con los elásticos cortos y me hacía orejas de maestro Yoda. En vista de que me iban a saltar las orejas del cráneo, se los cambié, y me hice otra de repuesto con los elásticos más holgados. Quizá demasiado. Me caben dentro dos o tres galletas para el camino, a modo de morral caballuno. Lo de ir a la compra, ésa es otra. Entre otros motivos, porque la comunicación se ha vuelto muy difícil. El dependiente lleva mascarilla. Yo llevo mascarilla. Así que si le digo. "buenas, quería un kilo de boquerones" puedo ser respondida con un "señora, mejillones no me quedan".
- Que no quiero MEJILLONES. Que quiero BOQUERONES.
-Tampoco me quedan gambones. Pero tengo una gamba blanca de Huelva maravillosa.
Al final, termina una por echarse otro metro atrás y bajarse la dichosa mascarilla.
-BOOOQUEEEROOONEEES. 
-Ahhh. Pues haberlo dicho, mujer. Pero tampoco tengo.
Ay, por Dios.
Paso la receta de esta clásica maravilla del arte repostero. Se puede considerar mi aportación para elevar la moral en estos tiempos de guerra. Porque a ver si voy a ser yo sola la que engorde....
Ingredientes:
-750 ml. de leche entera.
-100 gramos de azúcar.
-3 yemas de huevo.
-Cáscara de un limón.
-Un palo de canela.
-80 gramos de Maicena.
-40 gramos de mantequilla.
-Huevo para rebozar y 100 gramos de galleta molida o pan rallado.
-Azúcar mezclada con canela molida para rebozar.
Separamos un vaso de la leche y diluimos en ella la Maicena. Reservamos. Ponemos el resto de la leche a calentar en un cazo con la mantequilla, la canela y la cáscara de limón, a fuego suave. Cuando vaya a hervir, apagamos y lo dejamos en infusión 5 minutos. Mientras, batimos las yemas con el azúcar hasta que haga espuma.
Se cuela la leche del cazo y la ponemos nuevamente al fuego, cuando esté ya caliente añadimos la leche apartada con la Maicena, removiendo bien con unas varillas, si hace falta le damos un golpe de batidora para que no tenga grumos. Seguimos removiendo con las varillas, a fuego suave para que no se queme, hasta que espese. Vamos añadiendo poco a poco, con cuidado, la mezcla de yemas y azúcar, hasta que quede todo integrado, y removemos en el fuego muy flojo un par de minutos.
Cuando ya está todo integrado, vertemos la mezcla en una bandeja rectangular y la dejamos enfriar, incluso de un día para otro. Cuando ya esté fría, la cortamos en cuadraditos al gusto, la pasamos por huevo batido y la galleta o pan rallado, y freímos en una sartén con abundante aceite limpio. Las vamos pasando a un plato con dos o tres hojas de papel de cocina y las dejamos escurrir. Luego se rebozan en el azúcar mezclada con canela. A partir de este momento, el problema es mantener las zarpas lejos de ella.

Espero que os portéis bien y pilléis un kilillo o dos en solidaridad conmigo. No me dejéis en mal lugar, os lo suplico.
Feliz semana, hermanos de clausura.

lunes, 6 de abril de 2020

EMPANADAS DE LO QUE HABIA

 Lunes Santo. De nuevo llego tarde a mi cita quincenal de batallitas. Pero es que no paro. Ayer por la tarde empecé a ponerme, pero como me tragué sesión doble de película sueca de sobremesa mientras hacía mi punto de cruz, no me dio tiempo de casi nada. Luego me vi un trozo de "La trinchera infinita" (muy recomendable), la media hora de yoga y en seguida a preparar la cena, pues es que una no da abasto. A pesar de todos mis esfuerzos, en tan señalado Domingo de Ramos no he encontrado nada para estrenar, ni una triste camiseta de pijama.  De manera que ya se me ha caído la mano izquierda, que llevo en un papelito, y la derecha se me está empezando a soltar por el meñique, aunque ya he aprendido cómo reinsertármelas en un tutorial de YouTube; espero que me aguanten hasta el año que viene. Primeras tres semanas dentro de casita, que han dotado de la cualidad de aventura prodigiosa al hecho de salir a la farmacia o a por el periódico, o de planazo apasionante el ir a por la compra. Por suerte, o por desgracia, tengo un supermercado como a cien metros de mi puerta. Me atavío con mis guantes, mi mascarilla y mi canesú, trinco el carro y me lanzo a la lucha por la supervivencia. Esta semana no hay ni una bolsa de zanahorias para un remedio. La semana pasada fueron las latas de tomate, la anterior los cartones de huevos.  Esto va por rachas. Cuando termino, sana y salva aunque deszanahoriada, y de hora sobre las resistiré y cuarto, (gracias a Dios ya han apagado los altavoces) subo el carro al parking, llamo a mi santo y, cuando le veo llegar, suelto el carro y él lo coge y carga la compra en el coche, mientras yo me voy para casa cantando bajito. Me da la sensación de estar implicada en una arriesgada operación de contrabando, todo es emocionante. A despecho de tanto resistiré (la terminaré odiando), tanto aplauso y tanta fiestecita de terraza, lo cierto es que sigo disfrutando de mi inédita holganza.  Ay, mami, si me vieras. En mi casa, antes de que hubiéramos terminado de fregar los platos y recoger la cocina, no te podías sentar. Tenías detrás, respirándote en el cuello, a la policía religiosa encarnada en doña Pepa. O tenías que pelar unas patatas o bajarte a la tienda a por huevos, que no quedaba ni uno. o a por el pan, o trajinar tu cuarto y dejarlo en estado de revista. Todos los días de la semana. Curiosamente, ni mi padre ni mi madre me preguntaba jamás si había hecho los deberes o estudiado para un examen. Daban por hecho que eso era cosa mía. Y lo era. Qué bien se lo montaban. Ellos mandaban y yo obedecía. Yo mandaba y mis hijos se pitorreaban de mí. Somos la generación de padres más pringada de la historia. 
Hurgando por el congelador, en mi afán por despejarlo (cosa que jamás consigo) encontré una bolsa sin etiqueta que envolvía otra bolsa. Me encantan las bolsas sorpresa. Cuando la pude abrir, vi que era la orgullosa agraciada con un trozo de matambre relleno que se veía ya un tanto securrio y descangallado. Cargada de virtudes domésticas como estoy, debido a nuestra estabulación, decidí que lo aprovecharía convirtiéndolo en otra cosa y, voilà, saqué unas empanadillas de inspiración vagamente argentina que salieron, pero más buenas. Por si alguien tiene interés en replicarlas, ahí va la receta del invento.
Ingredientes:
Para la masa:
-500 gramos de harina.
-Medio vaso de agua
-Medio vaso de vino blanco.
-Un buen chorro de aceite.
-Un huevo, más otro para pintar.
.Un sobre de levadura seca de panadería o 15 gramos de la fresca.
-Una cucharada de sal.
-Una cucharada de pimentón.
-Sésamo (opcional)
Para el relleno:
-250 gramos de carne, si es un resto de carne guisada, perfecto.
Si no, puede ser pollo o cerdo, pero cortado a cuchillo finito. Para un apuro, sirve también una bandeja de carne picada, aunque no es lo suyo.
- 4-5 pimientos del piquillo
-Una cebolla.
-Una lata de tomate triturado.
-Dos huevos duros.
-Sal, pimienta, comino.
-Una pastilla de Avecrem y una cucharada de azúcar, o una manzana rallada, para el tomate.
-Un puñado de pasas y piñones (opcional pero rico)
-Un chorro de aceite.
En primer lugar, hacemos la masa, amasando a mano todos los ingredientes durante unos diez minutos o en la Thermomix. Hacemos una bola, cubrimos y dejamos reposar un par de horas.
Mientras tanto, hacemos el relleno. En un fondo de aceite, salteamos la cebolla picada y los pimientos del piquillo hechos tiras. Añadimos la carne la dejamos dorar, por último ponemos el tomate triturado y sazonamos con sal, pimienta, comino, el azúcar y la pastilla de Avecrem, hasta que se quede todo bien ligado. Dejamos enfriar y añadimos los dos huevos duros picados, las pasas y los piñones.
Estiramos la masa en una superficie enharinada. Como yo no tengo mucho sitio en la encimera, lo voy haciendo por porciones, hasta que la acabo toda. Cada vez voy aplanando hasta que la masa quede lo más fina posible y voy señalando círculos con un cortapastas o una taza del diámetro adecuado, yo las hice de unos diez centímetros.
A ver, esta es una tarea pringosa y entretenida. Pero en primer lugar, ahora tenemos tiempo, en segundo lugar la masa está mucho, pero que mucho más buena que las obleas preparadas de empanadillas y, en tercer lugar, es mucho más maleable y se rompe menos. Seguimos. Cogemos una porción de relleno y la ponemos en el centro de cada círculo de masa. Mojamos los bordes del círculo y cerramos en forma de media luna, apretando bien. Para que no se abran, vamos retorciendo hacia adentro los dos bordes pegados, haciendo una especie de cordón, y las vamos poniendo en una bandeja de horno con su papel. Precalentamos el horno a 200º. Cuando terminamos con toda la masa, batimos el huevo restante y con una brocha de cocina vamos pintando cada empanadilla. Luego las espolvoreamos con sésamo y metemos la bandeja al horno. Suelen tardar unos 15-20 minutos, o cuando vemos que la masa está dorada. Se sacan y se dejan enfriar sobre una rejilla. Duran varios días. También se pueden congelar ya hechas y luego, descongeladas, calentarlas con un golpe de horno.

No nos queda otra que disfrutar de los pequeños placeres domésticos, y lo cierto es que yo los estoy disfrutando tanto, que me van a tener que traer de vuelta al tajo a rastras, sacando virutas con las uñas al parquet. Y es que se está tan bien en este despejado espacio mental, que realmente no querría salir nunca de él. Cada uno de nosotros tendrá que extraer de esta anómala experiencia sus propias enseñanzas. Una de ellas, que pasar todo el tiempo en casa no se lleva bien, al pasar de los días, con lucir tipín pinturero, así te mates a tutoriales de zumba o sesiones maratonianas de elíptica. Excepto si eres un repugnante pibón de veinte años. Pero no se puede tener todo en la vida y ésa en concreto, amigos, será la última de mis preocupaciones.
Feliz semana a todos...