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miércoles, 17 de mayo de 2017

DHAL DE LENTEJAS ROJAS

Mi hijo lo ha vuelto a hacer. Otra vez me ha aparecido por casa con una caja con agujeros, es decir, nuevo bicho como habitante censado de esta casa, a la que, por este y otros motivos, voy a tener que llamar zoológico a partir de ahora. De hecho, y ahora que lo pienso, siempre ha sido un zoológico; para qué me voy a engañar. Esta vez el nuevo habitante no es uno, sino dos. Dos agapornis papilleros. Los agapornis son esos loritos pequeños de colores, que son tan monos. Tienen que vivir en parejas porque si no, se deprimen. Lo de papilleros.... pues es un eufemismo para decir "pollo recién nacido más feo que Picio que tienes que alimentar con jeringa a intervalos regulares". Son todo ojos y pico: hay uno, el más grande, que tiene un parecido inquietante con Franco Battiato. Y eso. ¿Que porqué no le prohibo a mi hijo que me traiga más bichos? Pues porque soy una madre básicamente blandurria, y porque a mí también me gustan los animales; vivo rodeada de ellos. Así que no hay problema, siempre que no me recojan de la calle una tárantula del Amazonas o un dragón venenoso de Komodo. Eso sí, el día que dejó caer si traerse una iguana, me cerré en banda. Con las iguanas yo no quiero tratos. Son unos bichos particularmente feos y apestosos con los que no se puede establecer un mínimo lazo afectivo. Bueno, pues a lo que iba. La otra noche salí de mi cuarto y contemplé una escena conmovedora: el John Rambo de mi niño resoplando e intentando darle de comer a uno de los pollos con una jeringuilla.
-Nada. El otro sí ha comido, pero éste, no hay manera.
-Hijo, es que establecer la lactancia lleva su tiempo. Cámbialo de teta, y que no se te olvide que luego suelte el airecito, que si no, le dan cólicos y no te duerme.
-Ja, ja. Muy graciosa, madre. Bicho ¿quieres COMER de una vez? ¡¡¡Cagüennnn!!!... ¡Ya me ha espurreado!. Pásame ese trapo, anda, que si no lo limpio, se le pegan las plumas.
Me fui riéndome por lo bajini: la retributiva justicia divina castiga sin piedra ni palo. Porque esto me recordaba tantos días y noches intentando alimentar a mis dos mastuerzos, que eran un verdadero incordio para comer. Uno de ellos, según le ibas dando, se guardaba la papilla en la boca. Y tú, cegada por la impaciencia, le seguías endiñando cucharadas. Y él venga a guardarse la papilla, como un pelícano. Y cuando la capacidad bucal llegaba al límite ¡¡¡¡¡PFFFFFFHHHHH!!!!!, el jodío/el angelito lo escupía todo a modo de explosión del Krakatoa, y te pasabas los siguientes diez minutos limpiando el suelo, las cortinas, la pared y gran parte de tu persona, jurando en demótico antiguo. Cuando llegábamos a este punto, ya no había manera de que comiera más, y para entonces hacía ya diez minutos que tenías al otro encima:
- No quieres más ¿VERDAD? ¿VERDAD? ¡¡¡MAMA!!! ¡Papilla!
-Nene, eso es comida de bebés... ¿no quieres mejor un huevo frito, hijo?
-Noooooo.  ¡Quiero comida de BEBÉ! ¡Quiero una CUCHARA! ¡¡¡AHORA!!!
Alguna vez que me tocó darle al enano la merienda en casa de doña Pepa, ésta decía siempre:
-¿Pero esa mijilla de nada va a comer el niño? ¿No le vas a dar más?
-Mamá, que ya no quiere. Que el pediatra dice que no le obliguemos.
-El pediatra. Qué sabrá el canijo del pediatra. ¡Trae para acá, so lacia!
Y cogía a mi niño y se lo ponía bajo un brazo, utilizado como muro de contención su abundante airbag delantero. De este modo, le placaba como un jugador de rugby, dejando a la pobre criatura completamente inmovilizada y, cucharada tras cucharada, le iba empujando la papilla entera al enano, que ni se atrevía a utilizar con ella ninguna de sus (literalmente) sucias tretas. Mami debió ser en su vida anterior alimentadora de ocas de foie gras en Alsacia, como mínimo.
-¿Ves? Si no es tan difícil. Ahora se dormirá y ya está.
Y efectivamente se dormía, el  puñetero. Yo creo que no tanto por el engrudo ingerido, como por la falta de oxígeno que sufría cuando su abuela lo cogía en brazos. Para mami, un bebé era un saco que había que llenar a intervalos y a la mayor brevedad posible, y no había más historias.
-Si es que os complicáis mucho, nena. Ya lo que te falta es preguntarle qué quiere de postre. ¡Vamos!
Claro que esa misma filosofía la seguía poniendo en práctica cuando los hijos o nietos éramos mayores. Comer en su casa era una experiencia aterradora....
-¿Porqué no quieres más? ¿No te gusta?
-Sí, abuela. Pero no puedo más.
-Hay más en la cocina, si es por eso. Trae, que te pongo otro poco.
-Mamá, que no queremos más. Estaba muy bueno, pero ya no tenemos hambre.
-Claro, tú que no quieres engordar, y a lo mejor el angelito del niño, por tu culpa se está quedando con ganas. Toma, nene.
-Abuela. Que noooooo.
-Claro, y así teneís al niño, escalichao. ¡Que te tomes otro! (lo-que-sea)
Total, que no nos dejaba ir hasta que salíamos por la puerta como boas que se hubieran tragado la bombona de butano. El amor materno se manifestaba, con demasiada frecuencia, en rellenarte como a un pavo. Es algo que debo recordarme a mí misma de vez en cuando, para no pecar de lo mismo. Porque hay que ver, estos niños, que comen cuatro comistrajos.....
Para contrarrestar, pongo una receta que he probado hace poco, que está muy rica y que es hasta saludable. Las recetas consultadas ponen mucha más especias y más picante, pero yo, con lo años, me estoy volviendo moderada y todo. Quién lo iba a decir.
Ingredientes:
- 500 gramos de lentejas coral, de esas de color naranja. Yo las he comprado así, pero se puede hacer con lentejas normales. Las coral se cuecen en seguida. De hecho, se deshacen.
-Una cebolla.
-Tres dientes de ajo.
-Un manojo de espinacas frescas, u otra verdura al gusto.
-Una zanahoria.
-Dos o tres tomates frescos, o una lata pequeña de tomate triturado.
-Una cucharadita de azúcar, para contrarrestar la acidez del tomate
-Una cucharada de curry.
-Media cucharadita de comino.
-Una guindilla (opcional)
-Un cubito de caldo.
-Sal y aceite.
-Quinoa o arroz cocido, de acompañamiento.
Se ponen las lentejas en una cacerola con agua que las cubra, y se pone al fuego. Cuando rompa a hervir, se aparta, se cuelan las lentejas y se reservan. En la misma cacerola se sofríen en un fondo de aceite la cebolla y el ajo. Luego se añade la zanahoria en trozos pequeños y el tomate. Se desmenuza
el cubito y se añade, junto con el azúcar. Cuando haya empezado a cocer, se añaden las lentejas, las espinacas y las especias, y se cubre todo con agua. Se pone a cocer, a mí me tardó menos de una hora. Se sirve con la quinoa o el arroz.


En fin, ya os contaré si los bichos prosperan y consiguen sobrevivir a los jeringazos de cemento armado que al parecer deben constituir la base de su alimentación.
Feliz semana a todos.

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