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miércoles, 24 de mayo de 2017

TARTA DE FRUTAS

Verdaderamente, hay días en la vida en que una, a falta de poderse volver a la cama y no asomar la nariz en todo lo que aquél dure, necesita un saco de un quintal de paciencia. Hace poco tiempo tuve una vista de esas cañeras que me gustan a mí: conflicto entre varias partes y letrados intervinientes, susceptible de acuerdo. La idea era retirar las acusaciones mutuas y dejarlo todo en la pena mínima que se despacha, que además se podía suspender. Total, que parecía que íbamos a llegar a buen puerto, pero de pronto una de las partes que se rebota y te dice aquello de "yo voy a la cárcel si ESE va también" Ay, ese pensamiento cainita tan español y tan absurdo. Y conciliábulo de abogados. Y paseos por el pasillo. Que no hay acuerdo. Que sí hay acuerdo. Que dile a ESE que me está mirando mal. Oye, que no le mires mal, me haces el favor y te me pones de cara a la pared. A todo esto, su Señoría que nos llama, y más o menos:
-A ver, señores letrados. Que si se van a apañar sus clientes entre ellos. Porque si necesitan más tiempo, yo celebro mientras el que viene después.
-La última vez que preguntamos había acuerdo, Señoría. De aquí a un minuto, no sabemos si va a haber acuerdo o si va a haber collejas como panes.
-Pues hagan el favor de dárselas ustedes a sus respectivos clientes, a ver si me los ponen en razón. Y circulen, que tengo mucho que ver todavía esta mañana. Hala. A negociar.
Total. Que nuevo cambio de opinión, porque es que era mirarse y torcérsele el rabo a uno o a otro. Y tú allí como en el patio del colegio: haaaaaala, os dais la mano y amigos otra vez. Que me tenéis un poco hasta la horquilla del moño. Cuando se terminó el juicio que nos habían colado antes, el digno representante del Ministerio Fiscal, que se estaba comiendo un paquete de Doritos, porque tenía ya una bajada de azúcar que no se tenía, nos advirtió:
-Miren que es la última vez que se lo digo. O hay acuerdo ahora o celebramos, y ustedes verán. Que aquí va a haber para todo el mundo, en lo que a mí respecta....
A la compañera encargada de convencer a los antiacuerdo la traíamos los demás frita, pobre mujer:
-Andaaaaa. Pregúntales otra vez.
-Sí, para que otra vez digan que no.  ¡No PODÉIS obligarme! Yo ni me acerco hasta que entremos.
Se mantuvo la intriga hasta el último momento: yo pensaba ya que como se volvieran atrás de nuevo, me escondería a aullar inconsolablemente bajo el estrado, aunque me costara un expediente disciplinario. Pero, gracias a Dios, al final hubo acuerdo, y aquí paz y después gloria. Porque, entre pitos y flautas, el juicio era a las diez, y salimos a las tres de la tarde, todos con el estómago vacío y como decía el fiscal, pleno de sabiduría forense:
-Las hambres y la espera, cómo apaciguan los ánimos.....
Salí arrastrando la toga, fané y descangallada, aunque muy aliviada de poderme ir a casa. Qué debilidad más grande tenía encima. Era como haber estado negociando durante horas con los secuestradores de un banco.
Por la tarde tenía yoga, y por muy reventada que esté, hasta ahora no me lo he saltado jamás. Además, pensé que así me terminaría de relajar. Craso error. Era la primera clase de la semana. Y la primera clase de la semana, la yoguiprofe nos cruje vivos. Esos días viene subida arriba y nos mata a estiramientos y torsiones. Incluso nos mete alguna colleja no muy suave en la chepa, según ella para rectificarnos la postura, como dicen que hacía el difunto B.K.S. Iyengar, el cual, además de ser un legendario maestro de yoga, al parecer tenía unas malas pulgas no menos legendarias. Yo creía que esto de enseñar yoga te imbuía de serenidad y namasté.  Pues parece que no. Concretamente, ese día me puso de ejemplo de cómo NO hay que hacer una postura, mientras me tiraba de todas las extremidades. Ya el segundo día de clase la cosa suele discurrir con más suavidad, pero el primero, te meten un entrenamiento marine  absolutamente excesivo para una abogada exhausta de mediana edad con las coyunturas ya muy trabajadas y con una dura jornada de negociación a las espaldas. Lo curioso del asunto es que por lo que sea esto funciona. Te quedas super a gusto, aunque el día de marras salí bajando a gatas las escaleras. Por algún extraño prodigio, mis vértebras estaban aparentemente en su sitio, y no me habían saltado despedidas de la columna en alguna de las torsiones, cual palomitas de maíz. Porque, sí, en las clases te notas las vértebras y los músculos de las pantorrillas y el piramidal y todas y cada una de las piltrafillas que traes de serie. Y las notas porque te duelen. No os creeríais las cosas que me hacen hacer. De hecho, ni yo misma puedo creer las que estoy empezando a ser capaz de hacer. Pero lo cierto es que, por extraño que parezca, esto engancha, te da muchísimo bienestar y cuando salgo de las clases todo me importa un pito. Lo cual no es poca cosa para una mariansias profesional como la que suscribe.
Hoy pongo una receta que llevé a una celebración reciente, bastante aparentona y muy rica. Lo de que está rica lo sé porque yo probé el relleno en casa. Porque ese día surgió un imprevisto, me tuve que ir y ni la probé..... Mejor para mi perímetro abdominal y peor para el de los demás. Porque si me comiera todo lo que preparo, la barriga abarcaría al menos dos códigos postales. Y como que no.
Ingredientes:
-Una lámina de hojaldre redonda, de las refrigeradas.
-Un huevo batido.
-Un sobre de preparado de natillas.
-500 ml. de leche.
-Un tarro de dulce de leche. ¡Halaaaaaa! Si no lo queréis poner, se añaden entonces 150 gramos de azúcar. Pero le da a la masa un punto de caramelo exquisito.
-Un sobre de cobertura para tartas Belbake. Lo venden en Lidl. A veces lo he encontrado también de Dr. Oetker, en grandes superficies, pero no siempre. Si no, se puede usar la gelatina en hojas o en polvo que sirva para 250 ml. de agua o zumo. Es importante, porque esta cobertura de gelatina hace que las frutas no se descarríen y le da mucho mejor aspecto.
-Fruta al gusto, de colores que contrasten. Aquí he puesto kiwi verde y del dorado, fresas, moras, arándanos y frambuesas.
Lo primero es encender el horno a 200º y preparar un molde de paredes bajas desmontable, a ser posible. Se pone dentro un papel de horno y encima la lámina de masa de hojaldre. La ajustamos bien, dejando un filo por encima del borde del molde, y lo pinchamos muy bien por todas partes, para que no se hinche en el horno. Luego lo untamos muy bien con el huevo batido, ayudándonos con una brocha de repostería. Esto sirve para que el hojaldre selle bien y luego quede crujiente. Lo metemos en el horno ya caliente, unos 10-15 minutos, vigilando, porque con el huevo se tuesta muy pronto.
Sacamos la tartaleta ya cocida. Si a pesar de haber pinchado el hojaldre alguna parte se ha hinchado, no sufráis y haced como yo: le endiñé un tenedorazo a la burbuja y la bajé, y como luego lo cubres con la crema, no se ve el desaguisado. Me encanta cuando haces una guarrería culinaria y no se ve: no puedo evitarlo. Reservamos. Aparte, preparamos las natillas en un cazo según indique el preparado, con la leche, añadiendo el dulce de leche. Con esto nos saldrá unas natillas bastante espesas con sabor a caramelo perfectas, aunque hay que probar para ver que esté bien de dulce. Dejamos enfriar un poco y rellenamos la tartaleta de hojaldre con ello. Ahora viene la parte artística. Vamos cortando la fruta en láminas y disponiéndola en círculos, alternando colores. Cuando ya la hemos puesto toda, preparamos según digan las instrucciones el sobre de cobertura de tartas, o bien las del sobre de gelatina, la dejamos enfriar un par de minutos y la vamos vertiendo por encima, con cuidado, para que la fruta quede brillante y bien pegada. Y a la nevera.

Mirad qué mona. No me digáis.....
Feliz semana a todos.

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