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miércoles, 15 de noviembre de 2017

POLLO AL AJILLO

Me gusta cocinar pollo. Lo hago con cierta frecuencia y de muchas maneras, pero tengo que admitir que, en mis inicios guisanderos, no me llevaba nada bien con él. Hubo un tiempo en que pasaba muchos fines de semana en casa de mi hermana y normalmente nombrábamos a algún adulto en compañía de alguno de los niños para preparar el plato que eligiéramos. Por lo general, del recetario de doña Simone Ortega  Una de esas veces me tocó hacer con mi sobrina un pollo al horno. Así que encendimos el horno, muy dispuestas, y empezamos a seguir la receta.... hasta que de pronto, veo a mi sobrina tirada por el suelo de risa:
-Niña, ¿de qué te ríes?
-Jijiji..... que al final de la receta pone que le tienes que meter al pollo un limón por el...... ¡Jajajaaaa! ¡YO NO PUEDO!
-¿Pero eso cómo va a ser? ¡ESO no puede caber en la vida! ¡Trae para acá!
Porque, a ver. Yo tenía pocos conocimientos de anatomía avícola, pero me daba a mí que iba a estar complicado lo del limón, que además tenía que ir acompañado de un cubito de caldo. Además, un limón bueno, de estos de Cártama, calibre pomelo. Al final, terminamos poniendo al pollo con el cuello para arriba, dándole unos artísticos golpes para que aquello encajara; pero nada: la mitad del limón se quedó fuera, y entre eso, y que no le atamos las patas al pollo, salió con muy mala vista: los alones y los muslos espaventados, como pidiendo auxilio, y el limón..... en fin. 
Visible.
Lamento ser tan escatológica, pero es que no lo sé explicar de otra manera.  Nos lo comimos, que rico sí estaba, y lo bautizamos como "pollo al Pasaje del Terror". Rematando con razonables sugerencias hechas demasiados tarde  ("¿Y si hubieras "troceado" el limón, hija?") Fin de mi primera experiencia con el bicho entero.
El segundo contacto con la anatomía del pollo vino un día que mi madre estaba mala pero tenía en la nevera un pollo para guisar: mi tía subió de su casa para explicarme cómo limpiarlo y apañarlo, pero; en un exceso de afán didáctico, empezó a sacarle los entresijos y a explicarme lo que era cada uno:
-Mira, ten cuidado de no romper la hiel, que es esto verde, porque te lo estropea todo.... este pollo se ve que es de campo, mira, mira.... tiene grano en el estómago.....
A estas alturas de la autopsia yo estaba ya con mi propio estómago bastante revuelto:
-Tita.... de verdad, ¿nos podemos saltar esa parte y llegar a cuando se pone en la cazuela?
En fin, que le cogí un asco horroroso, y a partir de ese momento no quise volver a ver nada que recordara ni remotamente al bicho entero. Ay, las incongruencias de los carnívoros...... Muchos años más tarde, ya ingresada de pleno derecho en mi familia política, pude asistir en directo a la preparación del pollo trufado que es un clásico de la Navidad, y cuya receta creo que nunca pondré, aunque está riquísimo, porque me confieso totalmente incapaz de llevarla a cabo. Yo me quedaba completamente fascinada viendo a mi suegra o a alguna de mis cuñadas cogiendo uno de esos pollos del pueblo, del tamaño de un pterodáctilo, e irle sacando con mucho cuidado los huesos, a base de paciencia y punta de cuchillo, dejando la carne con la piel, a modo de pijama enterizo, para su posterior rellenado. No le hacían ni un solo roto y todo el proceso se llevaba a cabo con precisión quirúrgica; mira que yo me llevo bien con mi familia política, pero desde luego, a partir de ese día, tuve muy claro que con gente que maneja así los cuchillos, es mejor hacer un esfuerzo adicional para mantener las buenas relaciones. (Elena, que es broma....)
Mi hermana me pidió una vez esa receta, pero como ella, al igual que yo, no sabía deshuesar el pollo, se lo encargó al carnicero. Y nada que ver:  el pobre animal traía la piel con más agujeros que las víctimas de Al Capone el día de la matanza de San Valentín. 
Nos quedamos mudas verificando el desastre.
-¿Y ahora qué hacemos?
-Trae el costurero para acá, que a éste lo apaño yo. Somos mujeres de recursos.
Y mientras mi hermana preparaba el relleno, yo me dediqué a hacerle a la perjudicada ave unos artísticos remiendos post mortem. Así que, ya lo sabéis, familia: una de las pasadas Nochebuenas comisteis pollo zurcido. Pero como luego había que prensarlo y luego cortarlo en rodajas, nadie lo notó. Y bien rico que estaba. ¿A que sí?
Leo todo esto y me pregunto cómo puedo seguir cocinando pollo..... La vida me ha insensibilizado de un modo abyecto, sin duda alguna.
En cualquier caso, esta receta de hoy es muy rica, y la previa deconstrucción del animal en manos de un carnicero experto te quita cualquier reparo. Así que apuntad por ahí:
Ingredientes:
-Un pollo troceado, sin piel.
-Dos cabezas de ajo. O más.
-Una cebolla
-Un vaso de vino blanco.
-Tomillo y romero seco, una cucharada de cada. Si lo hay fresco, una rama de cada..
-Un cubito de caldo.
-Pimienta negra molida.
-Uno o dos clavos enteros.
-1/2 vaso de zumo de limón.
Primero, se saltean los trozos de pollo en una cazuela con un fondo de aceite. Se pela una de las cabezas de ajo y se trocean los dientes, pero poco, la otra se deja tal cual, simplemente separando los dientes y chafándolos un poco. En la cazuela del pollo se ponen los ajos, la cebolla picada fina, el vino, el tomillo y el romero, el cubito de caldo, la pimienta, el clavo y el limón, y agua que lo cubra todo. Se pone a cocer a fuego medio más o menos una hora, o hasta que la salsa se haya quedado en poco más que el aceite y los ajos.

En compañía de unas patatas fritas es completamente insuperable Siempre me acuerdo de las historietas de Carpanta (ay, aquellos tebeos....) y lo que soñaba el pobre con los pollos volando. Así que nosotros no nos quedemos con las ganas.
Feliz semana.

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