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miércoles, 27 de diciembre de 2017

FLAN DE YOGUR GRIEGO Y MIEL

Pues sí: estoy hecha una sinsustancia y sigo sin poner recetas de Navidad. No puedo con ella. Juro que lo he intentado. De verdad que sí. He hecho lo indecible para imbuirme de espíritu navideño, porque en general todas las cosas son más fáciles si vas con la corriente, pero no me ha sido posible. No he bajado a la calle Larios a ver las luces de Navidad. No he comprado aún ni un regalito y se me ponen los pelos como escarpias del quince cuando salgo, ilusa de mí,  a intentar pasear por el centro y veo esas legiones de compradores cargados de bolsas con unas prisas y una cara de sufrimiento (Feliz Navidad) que te echan el alma a los pies (Próspero año y felicidad). Y que lo hacen porque hay que hacerlo. Yo, ay, seré la siguiente. El Whattsapp y el Facebook se pueblan de felicitaciones animadas, como osos vestidos de Papá Noel que bailan y te tiran besitos y otras cosas similares que la deprimen a una y le hacen albergar serias dudas sobre la evolución intelectual de la especie humana. En diciembre no puedo comprar una revista de cocina, con el inevitable síndrome de abstinencia que ello me produce, porque no traen una receta normal de diario para un remedio. Si me dejara guiar por ellas, los diálogos en mi casa serían de este tenor:
Hijo: ¿Qué hay de comer, mamá? 
Yo: Pues mira, hoy tenemos una crema de espuma de nécoras con topping de cebollinos caramelizados y de segundo pularda trufada a la reducción de Pedro Ximénez con guarnición de setas de temporada.
Hijo: Ya..... Oye, ¿y no quedaría por ahí alguno de los filetitos empanados con papas fritas del otro día? Casi que mejor ¿sabes?
A mí de pequeña, novelera y rabisalsera como todos los niños, me encantaban esos días en que se sacaba la vajilla buena, y se limpiaban las copas, se oreaban y planchaban los manteles bordados del ajuar y en la cocina de tu casa olía de maravilla. Al terminar de cenar todos cantábamos villancicos rascando la botella de anís y papi, después de dos moscateles, se arrancaba por bulerías (averigua tú por qué) y toda la familia de modo unánime le pedía que por Dios y los santos no cantara más y que mejor se comiera otra hojaldrinita. Hoy en día a mí, con lo que me gusta cocinar, voy en estas fechas como remoloneando en ese particular, a excepción de una tarde reciente en que sufrí un episodio de enajenación mental transitoria,  durante el cual me dio por hacer borrachuelos y hojaldrinas sin parar y como si no hubiera un mañana. Claro que luego tuve que repartirlos entre todos mis allegados, al menos a los que no tuvieron los reflejos de alejarse a tiempo, porque en casa prácticamente no nos los comemos. Porque lo que me gusta es hacerlos. Por lo demás, las comidas de Nochebuena y Navidad las hacemos aportando cositas cada uno y el tema se hace más llevadero. Eso sí, lo mejor de lo mejor, porque nadie nos echa la pata encima. Luego llegas, pones todo en común, y cuando ves tanta comida en la mesa, que ni se ve el mantel, y doscientas personas alrededor,  te entra como angustia. Y te la quitas cogiendo una raja de lomo por aquí y una loncha de jamón por allá, y para cuando vas a darte cuenta estás como la pitón que se ha tragado la bombona de butano. Y te vas a casa, intoxicado de comida, de bebida y de familia. Porque les quieres mucho, pero en general les prefieres en pequeñas dosis. Sed sinceros, que a todos os pasa lo mismo.
Respecto de la receta de hoy, como en mi casa los antojos van por modas que pasan igual que llegaron, en esta ocasión lo que me encuentro abandonado son media docena de yogures griegos que han perdido el favor de mis caprichosas criaturas, después de haberlos tomado por litros durante semanas. Con cuatro de ellos haré el flan y el resto me los comeré yo, aunque por el contenido graso no me convienen nada, pero como buena madre criada en el dogma "la comida no se tira" me da pena dejarlos ahí. Esto ocurre con demasiada frecuencia: tengo mis arterias tapizadas de "por no dejarlos". Después es lo que pasa: le pides una analítica al médico de cabecera y cuando la abre te dice muy serio:
-Mira, reina, te vas a tener que cuidar un poco/dejar de zampar como una burra, porque te ha subido el PorNoDejarlo total a más de 240 desde el año pasado.
-¿Pero el PorNoDejarlo bueno lo tengo alto o sólo el malo?
-El malo lo tienes por las nubes, guapi. Así que cuando limpies la nevera, los excedentes los regalas o los tiras a la basura, que tienes la sangre como el paté La Piara. El siguiente.
Ay. Señor.
Ingredientes:
-4 yogures griegos
-150 ml. de leche
-4 huevos
-100 gramos de miel (más si gusta más dulce; conviene probarlo antes de llevar al horno)
-1 cucharada sopera de agua de azahar (opcional pero va muy bien)
Para el caramelo: 100 gramos de azúcar, 3 cucharadas soperas de agua y unas gotas de zumo de limón.
Precalentamos el horno a 180º, teniendo dentro una bandeja con agua que cubra más o menos la mitad de la altura del molde que utilicemos.
Preparamos el caramelo en un cazo, poniendo el agua, el azúcar y el limón, y dejamos cocer, removiendo, hasta que haga burbujas grandes y se ponga rubio. Yo intento no utilizar el caramelo líquido que ya viene hecho porque me resulta muy amargo, pero esto va en gustos.
Se vierte el caramelo en el fondo de una flanera. Se baten todos los demás ingredientes y se vierte la mezcla por encima del caramelo, y al horno más o menos una hora, hasta que al pinchar con la brocheta nos salga limpia. Tiene un punto fresco muy agradable y diferente, sobre todo si hemos puesto el agua de azahar, que además calma los nervios.

Cuidaos mucho, corazones míos, y brindemos con Primperan por el año venidero. Y que nos sigamos viendo, que es lo importante de verdad.
Feliz fin de atracón.

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