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miércoles, 24 de enero de 2018

BIZCOCHO DE JENGIBRE Y MELAZA

Todas las mañanas de mi vida se encuentran amenizadas por los silbidos de los dos agapornis, que suenan como los avisos del whatsapp y vuelven loco a todo el mundo. Como tantas veces ocurre, su jaula está en el salón de modo "provisional" mientras se les encuentra un sitio más adecuado que nunca encontramos. Pero ellos están la mar de a gusto y se empeñan en opinar constantemente, y no te dejan ni ver la tele con sus intervenciones. Su legítimo dueño ya se ha desentendido de ellos, como  ha ocurrido en otras ocasiones:
-Hijo, ¿tú les das de comer a los jerbos? De hecho, ¿están vivos?
-Que si, maaaaama. Que les oigo roer por la noche los puñados de pienso que les echo. Tú tranquila, tronca.
Pues habrá que creerlo: todos los que tenemos hijos en proceso de adultez progresiva sabemos que creer las afirmaciones que oímos de ellos es con gran frecuencia un acto de fe digno de mejor causa, y que, aún así, a veces es mucho más prudente no hacer demasiadas indagaciones, en aras de nuestra paz interior.
Lo cierto es que los pajarillos son bastante graciosos y parecen estar conversando o discutiendo entre sí todo el tiempo. He observado entre ellos unos patrones de conducta tan familiares, que han sido bautizados como Pepa y Joaquín. Pepa es de un hermoso color gris y tiene al pobre Joaquín (verde y azulito) calvo a feroces picotazos. Joaquín es mucho menos directo y más suavón, igual que el auténtico: cuando Pepa está subida al palo, va por detrás y le acribilla las patas. Lo cual me trae tiernos recuerdos de tiempos familiares pasados.
En mi casa, como en tantas otras, siempre hemos tenido pájaros. Una vez a papá, al abrirle la jaula para limpiarla, se le escapó uno a la casa de enfrente. Y no se le ocurrió otra cosa que sacar el pañuelo y empezar a agitarlo ceremoniosamente para llamar al bicho, ante la mirada atónita de mami:
-¡Pajarito! ¡Pio, pío! ¡Pajarito!
-Joaquín, ¿¿¿qué haces???
-Que se me ha escapado el canario y lo estoy llamando.
-Pues parece que te estés despidiendo de un primo que se vaya en barco a la Argentina. Anda y vete para dentro, que ya tienes a todos los vecinos asomados y entretenidos. Como que te crees que ése vuelve. Ése está perdido, como yo perdí a mi abuela.
Pero papi siguió con su pañuelo y lo curioso es que el canario volvió, sin duda la mar de intrigado por los aspavientos de aquel abuelete con el trapo blanco, con lo cual doña Pepa tuvo que cerrar la boca y darle a papi la razón, lo que la tuvo de muy mal humor para el resto del día.
Lo cierto es que en mi casa los canarios vivían a cuerpo de rey, aunque en general no todos corrían la misma suerte. El canario más desgraciado que he conocido nunca era propiedad de dos ancianas hermanas, vecinas mías cuando me casé, que eran las que cobraban los recibos de comunidad.(A todo esto, me recordaban muchísimo a las de "Arsénico por compasión". ¿Que no la has visto? ¡Hombre, por Dios...!) Y tú subías y te encontrabas a una de ellas con un canario amarillo en la mano, mudo de terror, inmóvil y espeluchado, al que le estaba lavando las patas (por algún motivo hinchadas y elefantiásicas) con un trapito:
-Hola, hija. Ahora te saco el recibo, que estoy lavando a mi Piolín. ¡Bonito! ¡¡¡Prrriiii, prrriiii!!! ¿Quién te quiere a ti?
Me daba miedo subir. Palabra de honor.
Los pobres pájaros domésticos siempre han sido objeto de terribles barrabasadas, sobre todo habiendo niños en la casa. El padre de uno de mis cuñados tenía un pajarito que le saludaba piando cada vez que volvía a casa. Un día llegó y por más píos y cucamonas que le hacía al animalito, éste estaba en su palo muy tieso y formal, mudo como un fraile cartujo sin decir este pico es mío. Hasta que el pobre hombre descubrió que alguno de la pandilla de Barrabás que tenía por descendencia había matado al pobre de un soponcio y para retrasar el descubrimiento del crimen lo había pegado con pegamento al palo, dejándolo listo para una foto post mortem, como hacían con los difuntos antiguamente. Huy, y creo que las represalias fueron terribles...
Tengo que volver a llenarles de nuevo los comederos a Pepa y a Joaquín. No os podéis imaginar lo que tragan esas dos criaturas tan chicas. Eso sí, hay que ir con tiento, porque como te pillen un dedo, te endiñan un picotazo que te dejan listo, entre graznidos aterradores. Me gustaría saber lo que hubiera dicho San Francisco de Asís de los hermanos agapornis: creo que esa parte de la famosa oración no le hubiera salido tan bucólica como el resto.
He hecho este bizcocho, sacando la receta del blog Magia en mi cocina, aprovechando la melaza que me sobró de la receta del megacookie de Sara. Sale muy jugoso y húmedo y verdaderamente sabroso.
Ingredientes:
-125 gramos de mantequilla ablandada.
-225 gramos de melaza. Se puede sustituir por miel de caña, pero no es igual, la melaza da una textura mucho más cremosa. La hay en El Corte Inglés y en el Eroski.
-125 gramos azúcar moreno (yo puse 80)
-6 cucharadas soperas de leche.
-2 huevos.
-225 gramos de harina con levadura, o harina de repostería normal y una cucharadita de levadura.
-Una pizca de sal.
-Una cucharada sopera de jengibre fresco rallado. Se puede sustituir por jengibre en polvo, pero no es tan aromático.
-Una cucharada sopera de canela molida.
-Almendras laminadas para decorar. Al mío le puse nueces troceadas por dentro. No me quedaban almendras, mire usted.
Se bate la mantequilla con el azúcar y se añade la leche, los huevos y la melaza. Se bate hasta integrar y se añade la sal, la harina y las especias. Batido todo, se pasa a un molde engrasado, se ponen las almendras por encima y se mete al horno una hora a 160º. Se va pinchando hasta ver que está cocido, se deja reposar diez minutos y se desmolda en una rejilla.

Hago una pausa con un trocito de esto y una buena taza de té, y la mañana se vuelve bastante más agradable. ¿Quién quiere momentos KitKat teniendo a mano momentos bizcocho? Ni punto de comparación.
Feliz semana a todos.

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